lunes, 20 de octubre de 2008

Arena...

Callendo por el reloj de arena, descubrí de esta manera mi propio viaje. Vi sin preocupación que tenia un buen cerrito de arena acumulada en la parte superior de mi reloj, así que me quede tranquilo y proseguí mi viaje.
Seguí caminando por mi tiempo, esa cuerda floja en la que estamos haciendo equilibrio, hasta que uno resbala, y se encuentra que la vida ya acabó, a la vez que la arena paró de caer.
Encontré aquellos momentos de mi infancia, aquellos que me enseñaron a ser paciente, aquellos años en donde lo único que deseaba era ser mayor. Cuanto me arrepiento de crecer, ahora veo con nostalgia mi pasado infantil, mi lado juguetón, que disfrutaba de hacer el ridículo, donde la tierra, el pasto, los columpios, los resbalines y muchas cosas más eran íntimos amigos, amigos que me vieron llorar, reír, gritar, correr, disfrutar...
Cerré los ojos, para atesorar esos recuerdos de la forma más fresca posible.
Proseguí, camine y camine. Vi mis momentos de mayor alegría, de tristeza. La partida de seres queridos. La llegada a mi vida de otras personas. La pérdida de la niñez. El sentimiento de la rebelión floreciendo. Descubrir el amor para luego olvidarlo para no sufrir, hasta que llegase aquella persona especial capaz de cicatrizar esa herida.
El descubrimiento de mi mismo, y la búsqueda de mi identidad.
Pero algo curioso empiezo a ver. Ya no hay más camino, solo una pared blanca, a lo menos eso parece. No sé que hacer, no sé si avanzar. Trato de retroceder, pero me encuentro con que es imposible. Miro hacia arriba y descubro que la arena de mi reloj se estanco.
Decido proseguir y un nuevo paisaje aparece ante mis ojos. Mis pies deciden seguir, inconscientemente yo solo les obedezco, y me doy cuenta que ya es hora de dejar de recordar, dejar la nostalgia de lado, y simplemente seguir caminando, hasta agotar la arena de mi reloj.

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